Mientras espero el bus, repaso los errores del pasado. Haber confiado, por ejemplo, en el tipo de la sucursal que me recomendó las preferentes. O no haberme puesto aparato en los dientes, por meter lo que me quedaba de pasta en Fórum Filatélico. O haberme hipotecado en la extinta CAM… Miro el cielo, más que cielo, celofán. La atmósfera nos protege de la intemperie solo durante un tiempo. Miro los edificios y sus ventanas, orificios en el aire. Son como los agujeros de las cajas de los gusanos de seda. ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Dónde dejé el mapa que me dieron al nacer? Siempre que reflexiono sobre la existencia, salgo mal parado. El último test psicológico, sin embargo, lo superé con creces. El bus llega y el conductor se apea, finalizado su turno. Nos conocemos. Sabe por lo que he pasado y el odio que le he cogido a la gente. “Ten piedad de ellos. Hay ancianos de pie”, me implora cuando me subo, me ajusto la camisa azul y me pongo al volante.
Muy bueno
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